Buenas.
Ayer fue un día duro. Duro porque volví a quedarme a trabajar fuera de horas, y fue el cuarto día de esta semana. Sí, pleno. Y si sumamos que vuelvo a estar comiendo menos y andando más, llegué al barrio destrozado. Fui al peluquero a pedir hora y, ¿qué me encuentro? CERRADO POR PATERNIDAD. Joder, es que ya no sale ni eso.
Entonces llamé a Maria. Estaba mirando el ramo. Ella ya sabe lo que quiere pero no lo reservó. Le tocará ir otro día. Es bonito. Ya lo veréis, pero es muy muy bonito.
Y ahí estábamos. A las 8 de la tarde y sin ganas de hacer nada. Nos compramos una bolsa de patatas y nos sentamos en un banco a hablar. Como hacíamos cuando ni preparábamos boda, ni casa, ni gaitas. ¡Qué gusto! Creo que fue el único momento de la semana en el que puedo decir que he disfrutado.
Porque luego llegas a casa y te encuentras lo de siempre: que si no sabemos si vamos a tener la furgoneta para llevar la estantería, que si este viene, que si este no viene, que si regalo por aquí, regalo por allí, la tele dominada por mi padre que siempre ve lo mismo y es una mierda, etc...
¡QUIERO IRME A MI CASA Y QUE TERMINE TODO YA!
Bueno, hoy iré a por los billetes del viaje. A ver qué me dicen. Y resolveré algunos asuntillos más referentes al salón. Además de andar otro ratito para seguir bajando barriga...
Nos vemos.
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